Iván de la Nuez: Contra la fotogenia. Rupturas de la nueva fotografía cubana
¿Qué fue primero: la fotogenia o la fotografía? Los que entienden el arte fotográfico como mero retrato de la realidad, tal vez respondan que la primera. Aquellos que la consideran como un vehículo que no describe esa realidad, sino que la construye, no dudarán en responder que la segunda. Este dilema visual del huevo o la gallina tiene mucho sentido en el caso de Cuba, un país hiperfotografiado y asumido como fotogénico. Y esta pregunta es zarandeada en esta exposición que rompe con la mirada tradicional, desde y hacia Cuba, compartida por el mundo durante más de un siglo.
No se trata de un trabajo cómodo. Mucho antes de que los japoneses inventaran al turista-camarógrafo, la isla había recibido continuas oleadas de fotógrafos y fotógrafas de todas latitudes, algo que llegó al éxtasis a partir de 1959, con la toma del poder por Fidel Castro.
En Cuba, la revolución no sólo fue televisada, sino también fotografiada.
A partir de entonces, entre muchas otras cosas, allí se implantó una Iconocracia. Con sus fotógrafos de gesta primigenios: Meneses, Korda, Corrales, Noval, Salas. Y con la saga posterior de fotógrafos foráneos que va de Cartier Bresson a Stan Douglas pasando por René Burri, Agnès Varda o Alberto Schommer…
Esa es la tradición que hereda la nueva fotografía cubana. Y esa la tradición contra la que también disparan sus cámaras, desde dos operaciones que marcan un parteaguas con anteriores miradas. En primer lugar, bajando al objeto fotográfico de su pedestal, buscando otras esquinas y otros seres que fraguan su épica en lo común o lo íntimo. (En la cuerda de Chinolope, Ernesto Fernández, Mario García Joya, Marucha o Gory). En segundo lugar, devolviendo la jugada y lanzándose a fotografiar el mundo.
Desde su iconofagia, no es extraño que los fotógrafos, aquí, cambien de lugar y se comporten a la vez como objeto y sujeto de la mirada. O que rehúyan de la Vida Mayúscula diferida desde la Plaza de la Revolución o la Casa Blanca. O que no usen a Cuba como un suvenir que venderle al mundo, sino como una escala para explicarse ese mundo y su repertorio de contradicciones.
Esta fotografía que suele incluir al espectador y ponerle un espejo a su alcance.
Puede que la imagen que le devuelva no sea de su gusto. Pero de eso se trata. De sumergirlo en una verdad armada contra la fotogenia, propia y ajena, de las postales exóticas.
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